PIEDRA EN SECO 1

Primera nota de una serie sobre el tema de las construcciones de piedra en seco.

Queremos reivindicar ese tipo de construcciones que pasan desapercibidas por estar presentes un poco en todas partes excepto, quizá, en la estricta llanura costera.
Se ha definido la arquitectura de piedra en seco como ‘el grado cero’ de la arquitectura y esa definición valdría para nuestros propósitos, ya que no vamos a hablar aquí de cabañas de madera o de cualquiera otras técnicas de construcción tradicional con materiales perecederos.
Pero podemos afinar más: nos referimos a construcciones realizadas en todo o en su mayor parte utilizando como exclusivo material la piedra apenas trabajada y por lo general local.
No podemos excluir el uso de ripio, tierra, barro o la ejecución de pequeños detalles arquitectónicos en madera o mortero porque resultaría una clasificación artificiosa y ajena a la realidad de lo construido, pero trataremos de no hacer referencia a edificaciones donde la piedra pierde el protagonismo y queda reducida a la condición mampostería recibida, porque en este caso se ponen en juego técnicas diferentes, tal vez menos sofisticadas y con resultados estéticos y funcionales diferentes.
Es justo hablar de arquitectura de piedra en seco por cuanto estas construcciones responden a una necesidad, están hechas para durar y son, por lo general y a su manera, armoniosas y agradables a la vista. Pero la piedra en seco es sobre todo una técnica, un conjunto de reglas y maneras de hacer que emanan del propio territorio y de la habilidad de las personas para adaptar ese territorio a sus necesidades. Y en este sentido, es también un paisaje cultural.
En algunas comarcas es imposible entender el entorno sin esa interacción entre las gentes y el medio natural. Un transformación hecha por etapas, a veces a lo largo de siglos, y aunque la mayoría de los elementos conservados no son muy antiguos en escala arqueológica –la mayoría de los ribazos y otras construcciones que hemos podido estudiar raramente pueden remontarse más allá del siglo XIX– las transformaciones de la agricultura y de la forma de gestionar el medio natural ha convertido estos conjuntos en elementos patrimoniales y a los pocos técnicos que quedan, en patrimonio inmaterial.
Hay también una vertiente medioambiental: ese paisaje se sostiene –literalmente– en miles de kilómetros de márgenes, ribazos, paredes, barracas, pozos y aljibes, … cuyos constructores formaron las terrazas en las que hoy se asientan nuestros bosques, que poco a poco han ido reconquistando el monte al paso del abandono de las técnicas y espacios agropecuarios tradicionales.
En el entorno mediterráneo peninsular existen todavía equipos de oficiales que practican con gran pericia estas técnicas, arquitectos que saben integrarlas en sus proyectos y algunos que tratamos de conocerlas en profundidad con un enfoque entre heurístico y práctico. Lo que falta, quizá, sean promotores dispuestos a implicarse.
Habría que abrir una reflexión sobre esa clasificación patrimonial, más allá de la evidencia de que se trata de una tecnología ancestral y en vías de desaparición, porque reconocer como patrimonio inmaterial de la humanidad a la tecnología de la piedra en seco también es reconocer la incapacidad para abarcar la protección patrimonial de los ubicuos restos materiales resultado de esta tecnología, todavía vivos y en funcionamiento a todo lo ancho del paisaje.
Paco Blay